«Déjenme presentarme. Soy una polilla. Y vivo en esta biblioteca escolar. Por favor, no me confundan con las otras polillas, las que comen ropa o madera. Yo soy de la familia de los ecofóridos y me alimento única y exclusivamente de papel.
Como el libro que están sosteniendo en sus manos. Si el libro es antiguo y las hojas ya están amarillentas, el sabor es dulce y las páginas se derriten en tu boca. Si el papel es nuevo, entonces sabe acidito y hay que mascarlo muy bien para poder tragarlo. Mmmm, hasta se me hizo agua la boca.
Me llamo José. Un nombre que no me parece muy apropiado para una polilla. En vista de mi descontento, se me empezó a llamar Pepillo, lo que no estaba ni mal ni bien. Pero lo peor fue cuando de Pepillo se abrevió a Pillo. Y ahora de Pillo no me bajan.
Hoy estamos un poco tristes. Hace un año murió apachurrado entre dos diccionarios el abuelo. No se fijó que estaban acomodando la biblioteca.
Fuimos todos a visitar el libro donde murió. Ahí se pronunciaron discursos en honor al abuelo: “polilla ejemplar”, “buen insecto y compañero”, etc. Estaba yo algo aburrido, así que mis ojos vagaron sobre la página del libro en el que estábamos parados. No podía quitarle los ojos de encima. Yo ya los había visto, o más bien comido, pero nunca les había dado importancia.
¿Qué significaban? ¿Qué decían?
Movido por estas preguntas decidí buscar a Policarpo, la polilla más vieja que habitaba en la biblioteca.
Policarpo vivía en un raro ejemplar en latín. Nadie lo visitaba porque era un gruñón mal encarado, ya no tenía dientes, tenia dentadura postiza y por eso tenía mal aliento. Estaba cojo y hasta un poco loco, pero era el único de nuestros congéneres que sabía leer.
Llamé a su puerta (la portada del libro)
Nadie abrió, así que decidí entrar. Lo busqué hoja por hoja y no estaba por ningún lado. Me acerque a la portada y por fin logré encontrar el túnel donde reposaba.
Estaba muy encogido, sus grandes lentes hechos con fondo de una botella hacían que sus ojillos verdes se vieran más pequeños de lo normal. Sus alas rotas y rasgadas, de las comisuras de su boca pendía un hilo de baba. Para colmo, soltó una flatulencia y siguió hablando como si nada mientras yo casi me desmayaba con el hedor.
– Pedro, hasta que por fin apareces y me vienes a ver.
– Yo no soy Pedro. Soy Pillo.
– Y a que viniste, arregla el lomo del libro que se está deshojando.
– No vengo a arreglar nada. Vine a …
– Cuando termines, te daré un pedazo de hoja endulzada en almíbar.
Mmm mi golosina favorita. Solo por eso acepté.
Cuando aprobó mi trabajo y me regaló un trozo de papel azucarado. Me senté a disfrutarlo y aproveché preguntarle.
– Oye Policarpo, ¿Es cierto que tú sabes leer?
– Así es.
– ¿Me enseñarías?
– Si, pero ¿para qué quieres conocer las letras? Aprender a leer no es fácil para una polilla. No tiene nada que ver con el lenguaje de nosotros. ¿Estás dispuesto a esforzarte y venir todos los días a que te de clases?
“Y a soportar el mal aliento y los gases”, pensé para a mis adentros.
– Si lo estoy.
– Además, debes saber que no te voy a hacer el favor gratis. A cambio te voy a pedir algo que te puede costar la vida….
Y aquí empieza la aventura, así que si tienen oportunidad consigan este librito y descubran todo lo que Pillo aprendió y por su puesto tienen que averiguar qué fue lo que comió a partir del momento que le dio valor a las letras.
¿Cuántas estrellitas le ponemos a este libro?
+Detalles:
Autor: Vivian Mansour Manzur.
Editorial: Ediciones Castillo.
Páginas: 110 páginas.
Precio Aprox: $90 MXN
¡Saludos y feliz inicio de clases!